A tres días de salir, y sin pasaporte ni visados…
Este será, seguramente, el viaje más largo de mi vida, tanto en distancias como en tiempos. La vuelta al mundo en 34 días… Y siendo como seguramente será el más largo, es también el menos planificado. Prácticamente nos hemos encomendado a Nobel Tours y a Viajes Terral, con apenas un par de variaciones en la ruta de la agencia: evitar Sudáfrica para incluir la India y alargar alguna estancia, como por ejemplo la de Santiago de Chile. Esta improvisación también nos hizo perdernos algunos destinos interesantes en los que apenas hicimos una escalada técnica, como veréis más adelante…
El primer castigo a nuestra improvisación y a dedicarle más tiempo a la mudanza Madrid-Martorell que a este viaje lo vivimos con la lamentable gestión de los visados por parte de la embajada de la India. Lo que no sabíamos entonces es que esto sería un detallito, apenas un avance, en medio del profundo caos que significa ese país…
La primera visita a la embajada hindú en Madrid fue tan breve como improductiva, apenas cinco minutos para comprobar que debido a la larga cola y al peculiar horario de atención al público, no daría tiempo al trámite. Llegar al día siguiente quince minutos antes de la hora de apertura sirvió para comprobar que la legendaria ineficacia de la máquina burocrática hindú ya tenía sobre aviso a unas veinte personas que madrugaron más que yo.
La segunda sorpresa, que añadió emoción a raudales, fue escuchar por parte de la funcionaria que me atendía que tramitar el visado les llevaría una semana. Siete días para pegar un membrete en un pasaporte, documento que además retendrían durante ese periodo de tiempo.
(la foto ilustra el caos circulatorio en una hora tranquila de un barrio tranquilo de la tranquila Jaipur… donde peatones, tuk-tuks, motos, autobuses y animales cogen la rotonda como mejor les viene… ya hablaremos de las carreteras de la India)
De muy poco sirvieron mis explicaciones acerca de que una semana más tarde yo estaría ya a 600 km de Madrid. La única posibilidad de recibir la documentación en casa era comprar un “postal exprés”. Así lo hice, con la poca tranquilidad de la expresión de seguridad de la funcionaria, asegurando que en 8-9 días tendría mis papeles en casa. “Esto lo hacemos aquí todos los días, señor” dijo con suficiencia. Correos además garantizaba la llegada en 24-48 horas desde el envío…
Hice bien en no fiarme. El 11 de septiembre había transcurrido el plazo… Salíamos el 14… Y los pasaportes no habían llegado. Llamé a la embajada. Varias veces. Por la voz, juraría que me atendió al teléfono la misma señora que me atendió en persona. Me costó una buena dosis de insistencia, de apelaciones a su competencia, de presión y de paciencia que comprobará si el envío de la documentación se había hecho. Negativo. Ninguna disculpa, le echó la culpa a “la persona que hace los envíos, claro, si ella no hace su trabajo”. Qué ganas de coger un puente aéreo y explicarle en persona con todo lujo de matices lo que me pareció a mi el trabajo de ambas. Me ofreció como única alternativa que enviara un mensajero con una copia de mi DNI, una del ticket de la embajada y una autorización firmada. Me pareció una mala idea, considerando la poca paciencia que tendría un mensajero ante las tradicionales colas de dicha embajada…
Menos mal que mis más eficaces amigos en Madrid, Sofía, Eduardo y Pablo, se ofrecieron enseguida a recoger los pasaportes y enviárnoslos. Tenía que enviarles la documentación por fax, teniendo en cuenta que el 11 de septiembre, Diada Nacional de Catalunya, aquí todo está cerrado. Gracias al amabilísimo conserje del hotel AC de Martorell, y a la buena idea de Patri de recurrir a tan peculiar locutorio, el trámite fue cuestión de segundos. El trío fantástico solucionó el problema y tuvimos los pasaportes y visados el día 12 a primera hora, sólo dos días antes (y último día laborable) de empezar este viaje.
Desde el momento en que elegimos hacer esta ruta, decidí que cargarnos de guías para cada destino no tenía sentido. Por una vez, y dado el componente eminentemente lúdico y relajado de esta aventurilla, me dejé llevar sin planificar nada. La ruta, los hoteles, los aviones, ya los había gestionado la agencia…
Veríamos a lo largo del siguiente mes dónde y cómo nos iba llevando la suerte, la intuición, los consejos ajenos y esa sensación de querer disfrutar de lo que no es más que un aperitivo de tantos sitios diferentes a los que volver, o no, en busca de más en futuros viajes…
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